sábado, 25 de abril de 2020

NIGHT STORIES



   -¡No me cuentes penas, cuéntame alegrías! -me dijo con cierto desparpajo, desentendida, con la cabeza girada hacia el otro lado y alzando el brazo, como borrando el escaso espacio que nos separaba.
   -¡Claro, yo te voy a contar lo que tú quieras! -le contesté rápidamente como un resorte, mirándola por encima del brazo que ya apuntaba hacia lo alto-. Yo si quieres te cuento la parte bonita del cuento y el resto te lo ahorro, ¿verdad?, ¡eh!.
   Por suerte la última interjección, ese desafortunado desprecio, quedó apenas audible pues se me cayó de los labios nada más salir de la boca. El viento racheó fuerte en mitad de la noche arrastrando nuestras ropas y cabellos hacia donde huía el aire. Se hizo un momento de silencio. Era la tregua que adoptábamos casi siempre en estos casos. Una especie de remordimiento casi tan automático como nuestras respuestas anteriores, un inconsciente arrepentimiento que de alguna manera pretendía equilibrar la balanza de nuestros torpes y desconocidos sentimientos. Ya con la ráfaga perdiéndose calle abajo, cargada de trozos de papel y algunos que otros restos de basura que estaban sobre el adoquinado, se me acercó con decisión, me agarró fuerte las dos manos y mirándome de frente me besó. Cerré los ojos y me sumé también, mandando fuerza contra su rostro y articulando mi boca con la suya. Un beso largo, con las manos agarradas, ella en mitad de la estrecha calle, y yo sobre el escalón de la acera. Y como testigo la única farola que estaba encendida, y que detrás mía nos iluminaba exclusivamente a nosotras. Luego nos miramos, sonrientes, todavía con las manos agarradas y apoyadas sobre nuestro sexo, nos tocamos la nariz de izquierda a derecha y nos dimos un beso.
   Caminamos largo rato sin rumbo por las solitarias calles del casco viejo, fantasmagóricas todas. No dijimos nada más. Sabíamos que aunque quedaban de nuevo asuntos pendientes, era vital despedirnos con una sonrisa, porque allí, en las horas oscuras del fin de semana, éramos lo que de verdad queríamos ser.

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