Otro día una nueva fecha señalada,
no son tantas como para convertirme yo solo en un almanaque extraordinario,
pero sí las suficientes para saber que las marcados en rojo,
no son más que otras que están en gris o en negro (o hasta en blanco).
Llegó el dos mil veintidós,
y lo miro ansioso, deseoso,
redoblo mi apuesta y expectativas,
y le hablo como si fuera una persona, un mago o un ser superior.
Estas primeras horas son de propuestas,
de proyecciones y planes,
trato de agarrar los trescientos sesenta y cinco días con una sola mano,
de condensarlos en unos pocos minutos pensando, imaginando,
y me rearmo de fuerzas creyendo haber aprendido la lección,
sintiendo que esta vez sí será la definitiva.
No seré yo el agorero que tire por tierra esta costumbre, tan tuya y mía,
de cavar y hacer surcos en la tierra del tiempo,
de prepararlo todo,
de romper los terruños,
airear el sustrato y
descarnar la piel de la roca,
mientras dibujas e imaginas la cosecha del 22.
No seré yo el agorero que tire por tierra esta costumbre, tan tuya y mía,
pero,
mientras dibujas e imaginas la cosecha del 22,
se quema esta varita de incienso,
que en su extremo tiene grabado: “Happy New Year”.
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