Deja que te ofrezca un poco de
mi sangre de tinta, a ti que tantas veces te desangraste por los
tuyos y por tu Reino, que más que Reino siempre fue una República.
Pienso
ahora que tu despedida no podía ser de otra manera, el que nace
canalla y desea seguir siendo un canalla, al final consigue morirse
siendo un Veneno, es decir el Capitán de los canallas. Te fuiste por
sorpresa, sin avisar, y sin posibilidad de que el tiempo te apresase
y te encerrase en la cárcel carnavalera del olvido. Te fuiste y por
ello no diste lugar a ser uno más que un día fue, alguien que tuvo
su tiempo y que en la vejez se convirtió en un fantasma más, en una
triste sombra, ya que por entonces se rezarían otros credos y a otros
santos.
Creías
en lo que hacías. Una de las cosas que tenías más claras era el saber de donde
venías, las puñeteras calles de Kadi City, y el saber a quién debías
dar voz, a todos esos Panteras, golfos y parias, que
son el vaso espiritual de esta gran Araka gaditana que canta y llora
por carnavales. Sin ellos qué sentido tendría disparar coplas por
las calles. Si no están quienes son el objetivo al que van
dirigidas, no habría Carnaval. Por mucho que los comparsistas se la
den de artistas, si la calle no está regada con tintos de verano,
echados a pecho por hippies gaditanos de un lejano yesterday, ¡oh
yeah!, ¿a quién cantarle?, ¿a los millonarios, a los guiris o a
los mafiosos políticos de los chavales de askí?.
Lanzaste
a la calle y a las propias tablas del templo maldito y divino de la
libertad una idea, un concepto solo, porque lo que escupiste (y digo
bien al decir escupiste, ya que un príncipe como tú, uno de esos
príncipes que no son más que condenados ángeles caídos en noches
de bohemia, no pueden predicar sino escupir) fueron tus mismas
entrañas, y como vida solo hay una, e inmortal, pues solo nos
dejaste un mensaje, y lo traía quién si no, tu camarada er Chele.
¡Larga
vida Capitán, que te vaya bonito en el infierno bendito del Carnaval
de Cai!.

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