Estoy triste ¿sabes?. No es la
única vez que estoy triste. Cierto es que éste no es mi estado de ánimo
natural, el que más veces tengo. Normalmente suelo estar animoso,
con disposición y presto a cualquier llamada o requerimiento.
No
es malo estar triste. No pasa nada. De hecho hace poco leía una
noticia que básicamente decía que había estudios que demostraban que
el ser humano no podría soportar el mantener durante toda
la vida un estado de alegría y felicidad.
Tengo
un defecto bien localizado, y es que a pesar de que suelo mantener un
diálogo interno, no soy
capaz de precisar qué me ocurre o cómo estoy realmente con exactitud.
Debo
de estar además bien triste porque he preferido no seguir los
últimos wasaps que me han llegado, y es que soy de los que lloran
por dentro mientras me pongo música en los cascos y voy haciendo
cosas por la casa.
¡Ah
claro!, ¡ya sé qué me ocurre!, y lo sé perfectamente ¿sabes por
qué?, porque me he conmovido, me he emocionado al pensarlo, ¡jo,
que sensación más eléctrica!. Estaba aletargado y ¡ahora estoy
activado!. Lo que me pasa es …, bueno,… perdona, pero los detalles
me los voy a guardar para mí, no los voy a confesar, aún a riesgo de que lances un rápido juicio sobre mi decisión. La verdad es que no quiero
desnudarme por
entero. Estoy
escribiendo estas letras a modo de fármaco sanador. No
estoy haciendo ninguna labor que requiera de mi una apertura absoluta
y una entrega sin condiciones y a cualquier precio. Siento vergüenza,
tengo pudor y no me voy a sentir mejor porque lo cuente todo, en
definitiva, este es mi espacio, una ventana más, otro lugar desde
donde nutrirme con todo lo que mis sentidos puedan captar,
puedan dar de sí, y
desde donde mostrar las realidades (verdades) y las ficciones
(verdades etéreas nacidas de una mentira o
de la nada) que yo quiera, que yo pueda, y en el grado que yo
establezca.
Lo
que me ocurre es que hay dos situaciones, dos aspectos que están muy
presentes en mi vida, y hay momentos en los que me subo al carro de
protagonizarlos demasiado, tomo más partido y más importancia de la
que realmente me corresponde en ellos, y eso, claro, me genera
expectativas grandes, mayor dependencia de lo que pueda ocurrir y
por tanto, desasosiego, desazón, incluso enfado. Me hace daño. Me
genera tristeza.
¡Jejeje!,
sonrío un poco porque me siento más positivo que abatido, ya que sé
que esto es algo que puedo revertir.
Ahora
voy a llevar a cabo ese proceso (LA REVERSIÓN) con ganas y
determinación, rezando, leyendo un libro de autoayuda, meditando,
saliendo a correr, escuchando música clásica, escribiendo, llamando
a un buen amigo, dando un paseo solitario por las calles, asistiendo
a una intensa clase de zumba,… bueno, obviamente todas esas cosas
no voy hacer, lo que
pasa es que no quiero que terminemos este texto con un nuevo juicio
por tu parte.
Puede ser que dicho
juicio sea inevitable y
que tal vez ese sea
el
precio que hay que
pagar, pero también es
verdad, que en los
tiempos del coronavirus las
cosas han cambiado, o mejor dicho las cosas pueden cambiar, o mejor dicho aún, las cosas deben cambiar. Así que probemos a
ver qué
tal nos va.
Lee mi confesión de nuevo y no me juzgues.
Lee mi confesión de nuevo y no me juzgues.

No hay comentarios:
Publicar un comentario