miércoles, 3 de junio de 2020

EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS (XII)


En los tiempos del coronavirus la clave de todo está en cambiar de fase. Ese es el momento mágico, el instante supremo. En el centramos toda nuestra atención y toda nuestra intensidad. Nada tiene sentido, y nada tiene verdadero valor si antes no ha venido precedido, no ha sido legitimado, por un buen Cambio de Fase. Pero los cambios de fase, van mucho más allá de los decretados por el propio Gobierno de España, van mucho más allá de la política. El hecho de poder salir a pasear o practicar deporte con unas determinadas limitaciones espaciales y de tiempo, o el de poder ir al bar a tomar una cerveza, no son nada, son simples anécdotas comparadas con todo el amplio universo de cambios de fase posibles y reales, que se han dado y se vienen dando, no solo en la población en su conjunto (da igual que ésta se organice en Comunidades Autónomas, provincias o municipios), sino también en los individuos de manera independiente o en  los grupos de personas, tales como familias, amigos, miembros de organizaciones o asociaciones,…
Lo verdaderamente importante para vivir en toda su inmensidad dichos cambios de fase, es que seamos plenamente conscientes de ello, de que eso es lo que realmente está ocurriendo. No otra cosa que se le pueda parecer y que distorsione la realidad, restándole así la fuerza necesaria para que dicho momento sea entonces, el culmen de unas pesarosas jornadas provocadas por el confinamiento vivido, da igual en que grado de libertad.

La vecina del quinto ha debido cambiar de fase,
pues ha ampliado la gama cromática de la ropa interior que hay en su tendedero.
Mi tío Luís ha debido cambiar de fase,
pues ahora manda mensajitos positivos de whatsapp todos los días al grupo familiar.
El profe de mis gemelas ha debido cambiar de fase,
porque cada vez tarda más tiempo en contestar mis correos electrónicos de sus tareas.
La asociación de aficionados a la pintura a la que pertenezco ha debido cambiar de fase,
¡y no me han dicho nada!,
pero así lo creo,
porque entre todos hemos rescatado las olvidadas diferencias y los viejos rencores de siempre.
Los autobuses urbanos han cambiado de fase,
seguro,
porque sus chóferes llevan ahora mascarillas con la imagen corporativa de la empresa municipal y del Ayuntamiento, y sus ojos están más tristes y cansados.
Twitter ha cambiado de fase,
¡va hacia el declive!,
porque en sus tweets encuentro menos poesía.
Mi familia me ha cambiado de fase,
ahora que el miedo ha desaparecido,
ya que me han tomado ventaja.
Mi gato ha debido de cambiar de fase,
seis u ocho veces,
porque yo he debido de cambiar de fase tres o cuatro veces.
Aunque ahora solo recuerdo dos ocasiones, en las que he cambiado de fase:
la primera, y menos grave,
hace poco tiempo,
cuando pasé de estar hermosote, a estar gordo,
y la segunda, pero de mayor importancia,
hace menos tiempo todavía,
cuando perdí el compromiso, cuando dejé de leerme y escribirme.
Con la primera solo he puesto en juego mi salud, 
los años que están por venir,
pero con la segunda he abandono algo que desde hace años supe que llevaba conmigo, el saber que puedo ser. Lo he degradado,
y eso me lleva lejos de aquí.
Concretamente a la periferia, la presunta desventaja de la que pretendo hacer responsables a mis seres queridos.

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