En los tiempos del coronavirus el estado anímico es... ptosis palpebral,
se vive en continua sensación de... "alumnos, he decidido adelantar el examen final",
la sociedad ha estipulado el nivel máximo de decibelios en... veintitrés sonrisas al mes,
el tiempo atmósferico es... nublado por las regiones del alma.
Todos hemos aceptado como cierto
que tener energía ofende,
que no ser decente con la pena
causa daño en los ojos,
que tener un problema, convivir con una situación cruel o agachar la mirada,
son actos patrióticos de gran nivel.
En este escenario, jugamos el papel de las plantas,
quietas,
silenciosas,
lentas,
limpiamos el aire contaminado con nuestros miedos.
La mente,
nuestra mente,
si piensa en color,
con musiquilla,
con armonía,
lejos de aquí,
no es más que una fulana,
la ramera del cuento.
Y es que si más aún en los tiempos del coronavirus,
la enseña nacional es la tristeza,
y establecemos fronteras levantando muros con lágrimas (de cristal),
¿dónde quedará la posibilidad de acabar con el villano?
y una vez muerto,
¿dónde la esperanza de construir algo nuevo, algo mejor, y no la traición a los caídos de retomar la vida donde la dejamos?.

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