8:10
a.m. Es fin de semana y estoy de descanso en el trabajo pues no
comienzo nuevo turno hasta el martes por la noche. Salgo al patio de
casa, me siento en el sillón trenzado de caña que hay bajo el
porche y contemplo como va naciendo un nuevo día. Es una espléndida
mañana, cielo azul y claro, ni rastro de nubes, el sol calienta
plácido, agradable. El viento se hace presente a ratos, con ráfagas
que agitan con violencia las altas ramas de los centenarios árboles
del jardín. A pesar del arrebato inconstante e impredecible del
viento, es un día tranquilo, apacible. Lo más importante es que es
un día más, un nuevo día. La nostalgia toma asiento conmigo,
quiere acompañarme, tomar té, comer pan caliente con aceite, igual
que yo, ella, la eterna compañera, como cada mañana en días de
paz, viene a visitarme. Ella se empeña en recordarme que Andrés
sigue aquí, que está presente. Se viste como él, camina como él,
huele como él y hasta sonríe como él. Yo sé que aunque se parezca, no es él. Andrés ya nunca volverá porque los muertos no regresan,
las personas mueren y desaparecen, así es, no hay más. De hecho no
me importa que aparezca y me acompañe esa nostalgia, sobre todo en
días como este, ya que sé que ésta, no es más que el
recuerdo herido, ese que todavía sangra y duele. Su recuerdo no es
mi enemigo, ni todo lo que le amé es ahora una carga pesada, no me
revelo ni tampoco me compadezco porque mi mirada sea a veces errante
y mis ojos, condensen la tristeza precipitando al vacío que piso alguna que otra lágrima. No
miro al futuro con inquietud ni expectación, pero no me quedo
quieta, parada en un tiempo que fue muy bello. Tengo razones para seguir
adelante, muchas, y tengo razones para quedarme en esta sombría
estación, algunas. Con él sepulté muchas cosas, mi arsenal de caricias y mis
días venideros en común, y otras muchas cosas se quedaron conmigo, porque están grabadas en mi piel. Por esa razón, la nostalgia,
vendrá cada mañana de los días apacibles a hacerme compañía, a
desayunar conmigo y a charlar. Nos miraremos, le contaré que tal me
va todo, y con un beso nos diremos adiós; luego apagaré su recuerdo y seguiremos, yo aquí y el allí donde residen los cuerpos inertes, porque como ya dije, los muertos nunca
regresan.
Porque aunque la vista pueda alcanzar muy lejos, el aire que respiras es el que tienes delante de tu nariz. Un jerezano en Andalucía, un andaluz en el mundo.
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