Francis está sentado en una de las dos sillas plegables de color azul que tenemos en el salón, bueno en el salón y en toda la casa, pues no disponemos de ninguna silla más. Son unas sillas de estructura metálica, y asientos y respaldar de plástico, que compramos en Ikea hace ya unos cuantos años. Yo estoy sentado en la otra silla azul, frente a él, justo en el otro extremo de la mesa. Francis tiene los dos pies apoyados en el asiento, con la mirada agachada hacia su regazo, lugar donde sostiene con sus manos un pequeño libro titulado Prodigiosa, Las aventuras de Ladybug. Estamos en verano, es mediodía y hace mucho calor, y aunque desde hace un rato tenemos encendido el aire acondicionado, él está desnudo, para ser más exactos está en calzoncillos. Pepi completa la escena familiar sentada en el sofá, leyendo un libro también, este de formato mayor, titulado Cuentos en 5 minutos. El sofá está situado en la pared donde se encuentra instalado el split del aire acondicionado. Ella está a la derecha de Francis y a mi izquierda. Pepi lleva una camiseta azul con un dibujo de un arco iris y unas braguitas de color rosa. Yo estoy delante del ordenador, al igual que Francis, desnudo y en calzoncillos. La luz entra a chorros por el gran ventanal del salón. Luz que viene más allá del balcón donde hay un tendero portátil de color rojo y blanco, donde se seca la ropa que está tendida de manera acelerada por las tórridas temperaturas de este mes de julio. El silencio emana a borbotones por los rincones y por el techo. En mitad de la calma, los observo a los dos, ausentes, plácidamente acomodados en mitad de un verano, que en los tiempos del coronavirus se hace algo todo muy diferente, pero al que no le puede la belleza de una escena sencilla, entrañable y familiar. Y yo me lleno, me regocijo contemplando a mis hijos. Y feliz, escribo.
Porque aunque la vista pueda alcanzar muy lejos, el aire que respiras es el que tienes delante de tu nariz. Un jerezano en Andalucía, un andaluz en el mundo.
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