tus labios son.
Tu interior no ha filtrado
ninguna de mis pasiones,
si acaso, algún fantástico sueño.
Solo llenan aquella oscuridad,
silentes telas de araña,
que enredan y despiezan,
mis gritos cuando te llamo.
Me has reducido
a torpes vocablos,
y me he convertido
en tímidos brincos
de un ya desvalido gimnasta.
Me ahogo en el vacío
que hay entre tu espalda
y mi mirada,
fijada al suelo,
vencida por el peso de lágrimas,
que caen como fruta madura,
del árbol olvidado,
y que ahora regresan encolerizadas,
como la marea que reclama su tierra,
trepando por mis pies,
arrastrándome lejos.

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