No cantes heroicamente,
como aliviando la carga,
no es un destino al que llegar,
ni un estado sublime
desde el que puedas vislumbrar,
tal vez velar,
tal vez descansar,
nunca será la gloria del valiente,
ni la sangre derramada
enjuaga refulgente sus paredes,
no hables de mirarla a la cara,
de enfrentarla,
¡por dios!,
si solo imaginarla,
desnuda,
produce repulsión,
poco sabemos de ella,
cuentan cosas,
cada uno, una distinta
pero ninguno la ha visto en persona,
aunque digan lo contrario.
La muerte es un instante,
antes de ella, el todo,
después de ella, la nada,
la muerte es un rayo
que se presiente,
que se sueña,
constantemente.
La muerte nunca te abandona,
forma parte de ti,
en cada momento vivido,
hay muerte,
en cada paso dado,
hay muerte,
en cada gesto de amor,
en cada momento inolvidable,
la muerte asoma,
contempla, sonríe y calla.
No te hagas el valiente,
no puedes ser valiente cuando luego te quiebras
ante el dinero, la imagen o tu propio ego;
la valiente es ella,
descuidada, pobre y entregada a la causa,
que a nada teme,
ingenuo que crees haberla esquivado alguna vez,
eres un juguete en sus manos,
débil, dócil, maleable;
abandona mejor el pulso y la épica,
y piensa en ella,
dedícale cada día unos minutos,
perfúmate de su presencia,
susúrrale cómplice,
sé amable,
todas esas leyes de la atracción,
cualquieras supersticiones,
las creencias,
intuiciones,
vanos intentos, fallidos.
Reconócelo,
ni tú ni yo la conocemos,
ni la conoceremos nunca,
porque cuando nos pongamos a ello,
ya será tarde.
Así que,
ahora que puedes,
disfruta al menos un poco
de la muerte.
Ella,
no se cómo,
te lo agradecerá.
FIN.

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